por Atreus.
[Artículo de opinión que he escrito para la inauguración del blog Planetas Prohibidos junto a tres buenos compañeros blogueros: Lino de El Fin de la Eternidad, Jorge Vilches de Imperio Futura, y Marta de Gyzzma. Clickad AQUÍ para leerlo allí].

“Esta vez, todo había terminado. Los hombres no realizaban ya ningún trabajo; las máquinas los sustituían por completo. Vivían retirados en sus refugios antirradiactivos y lentamente iban paralizándose, sin fuerzas siquiera para procrear. Pero esto no les importaba, puesto que los robots les proveían de todo lo que podían necesitar. Así, los últimos hombres terminaron muy pronto por atrofiarse completamente. Entonces, los autómatas los eliminaron tranquilamente. Después de tantos siglos desde que el hombre los creara, esperaban con ansia ese momento. Después, pensaron que al fin podrían descansar. Pero muy pronto se dieron cuenta de que para ello necesitaban servidores.
Así, inventaron a los hombres…”
Los Sustitutos, de Bernard Pechberty.
En este relato corto, probablemente escrito entre las décadas de los sesenta y los setenta, y que he querido destacar para la inauguración de este nuevo blog, se nos presenta uno de los pilares narrativos más célebres del género de la Ciencia-Ficción: el de la vida artíficial y nuestro miedo natural a ser sustituídos por ella (el «Complejo de Frankenstein»). Sin embargo, esta temática, nacida en los antiguos folclores de la Humanidad, fermentada a través de la literatura y que tantas horas de entretenimientos nos ha aportado a través del cine (Inteligencia Artificial, Blade Runner, Battlestar Galactica, Almas de Metal, Matrix, Terminator, Dune…), encierra profundas reflexiones humanistas que, generalmente, son pasadas por alto por una sociedad tendente a dejarse llevar por los tópicos y más atenta a los continentes que a los contenidos.
Desde los humanoides artificiales de la antigua Grecia, pasando por los homúnculos y Golems de los folclores medievales hasta los androides de las narraciones contemporáneas, las historias del Hombre enfrentado a sus coetáneos artificiales han sido siempre una constante temática que nos ha acompañado durante milenios. En ellas podemos encontrar, reflejadas entre líneas, críticas a los regímenes esclavistas o a las tendencias jerárquicas de nuestra Humanidad, como sucede con los “Robots” de la obra de 1920 R.U.R., de Karel Čapek (donde, por cierto, se acuña por primera vez este popular término). Se pueden vislumbrar, también, alegorías de la progresiva deshumanización de nuestra raza o reflejos de los conflictos “raciales”, como sucede –a un nivel profundo, eso sí– en obras como Blade Runner. O podemos encontrar, asimismo, reflexiones en torno a la tendencia natural de nuestra Humanidad a jugar a ser Dios por medio de la creación de vida, o bien acerca de nuestros implícitos deseos naturales de conocer las respuestas a las Grandes Preguntas y hallar a nuestro Creador (como sucede en Star Trek: La Película, Inteligencia Artificial, Frankenstein o en la citada Blade Runner, donde incluso se nos muestra un Patricidio con poderosos tintes nihilistas).

Sea como sea, el punto de conflicto de estas historias es siempre el mismo: la sublevación del oprimido sobre el opresor. Pues el Hombre, plenamente consciente de sus miserias y sus limitaciones, siente terror hacia sus propias creaciones porque en ellas se ve reflejado a sí mismo. No es de extrañar, por tanto, que muchas de las obras capitales de este género hayan sido escritas en algunos de los momentos más frágiles de nuestra propia historia.
Pero este no es la única temática de este género que, parafraseando a Juan José Plans, tal vez sea el más peculiar de los tiempos en que vivimos. Futuros posibles; parábolas políticas, sociales o religiosas; hipótesis sobre nuestro lugar en el Cosmos; invasiones extraterrestres; aventuras espaciales… Tanto en las obras de los lejanos precursores del género como Luciano de Samosata, Tomás Moro, Jonathan Swift, Voltaire o Mary Shelley, como en las de autores contemporáneos como Brian Aldiss o Robert A. Heilein, en este género caben tanto los positivismos como los pesimismos, y sea cual sea la temática de una obra de Ciencia-Ficción, al final, la gran mayoría de ellas confluye en lo mismo: funcionar a modo de una visión crítica de nuestro tiempo, entendida por medio de la extrapolación. Así, por muy viscosos que sean unos o por muy metálicos que sean otros, tanto los extraterrestres como los robots de este género literario son, en el fondo, el reflejo que resulta de observarnos a nosotros mismos en el espejo y asustarnos de lo que vemos.
Desde las anticipaciones científicas de Julio Verne o H.G. Wells hasta los futuros distópicos de George Orwell o Aldous Huxley; desde la poesía nostalgica de Ray Bradbury hasta la pesimista epistemología de Stanislaw Lem; desde los imaginarios futuros de Isaac Asimov hasta los anhelos evolutivos de Arthur C. Clarke; pasando por las divertidas aventuras “pulp” de Edgar Rice Burroughs o Alfred Bester, o a través de los laberínticos futuros mentales de Philip K. Dick… La Ciencia-Ficción ha ido evolucionando a través de dos mil años de historia literaria gracias a una larga serie de autores comprometidos; analistas sociales que han sabido reflexionar, con mayor o menor fortuna pero de un modo siempre atractivo y entretenido, acerca de inquietudes que para nada son simples o intrascendentes. Y aunque no podamos saber cómo será el propio porvenir de este género en el futuro, lo que está claro es que, mientras exista, seguirá siendo reflejo de nuestras cuestiones humanistas, y el mismo campo fértil que ha sido siempre donde poder verter y articular tanto nuestras esperanzas como nuestros temores.
Seamos cautos…

[Fotografías: fotogramas de la introducción de la versión extendida de Dune (de David Lynch; 1984)].
[Reseña publicada originalmente en el blog Planetas Prohibidos].